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La cita de Roberto Arlt, “Es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos”, es una afirmación provocadora que revela su visión crítica sobre la literatura y el conocimiento.
En sus “Aguafuertes”, Arlt se adentra en el tema de la lectura y su verdadero valor, cuestionando la idea común de que los libros son una fuente inagotable de sabiduría.
Arlt sugiere que leer, en lugar de iluminar, puede complicar la existencia del lector. Según él, no hay un solo hombre feliz que lea, ya que quienes lo hacen suelen estar atrapados en vidas complicadas. Esta afirmación nos desafía a reconsiderar la relación entre la lectura y la felicidad, y a preguntarnos si realmente los libros nos acercan a la verdad o si, por el contrario, nos desvían.
La reflexión de Arlt va más allá al señalar que, si existiera un libro capaz de proporcionar una visión clara y amplia de la existencia, sería universalmente reconocido y valorado. Sin embargo, la proliferación de libros y verdades parciales nos lleva a cuestionar si la verdad absoluta es realmente alcanzable a través de la lectura.
Arlt desmitifica el rol de los escritores, presentándolos como simples artesanos que, en lugar de construir casas, fabrican palabras. Según él, los escritores no están en la búsqueda de la verdad universal, sino que a menudo contribuyen a la confusión pública con sus múltiples interpretaciones de la realidad. Esta idea nos obliga a reflexionar sobre el propósito de la literatura y el impacto de los libros en la sociedad.
El autor concluye con una advertencia: la verdadera comprensión de la existencia no se encuentra en los libros, sino en la experiencia directa de la vida. La invitación de Arlt es clara: más allá de las páginas impresas, es en la acción, la reflexión personal y la sinceridad con uno mismo donde reside la verdadera sabiduría.
Este texto nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con la lectura y a cuestionar la supuesta autoridad de los libros como fuentes definitivas de conocimiento. Al entrar en una librería, Arlt sugiere que no debemos sentirnos inferiores por no haber leído cierto número de libros, sino que debemos valorar la vida misma como el principal texto a interpretar y aprender. Esta reflexión nos enfrenta a la realidad de que, a menudo, la sabiduría no está en las palabras impresas, sino en la experiencia vivida y en la capacidad de discernir la verdad en un mundo lleno de falsificaciones.
