Este otro incendio es un recordatorio cruel de nuestra fragilidad ante una naturaleza agredida y la inacción de los gobiernos
El desastre ocurrido en Epuyén es hoy un desolador y triste paisaje que se suma a una preocupante lista de incendios forestales que han devastado la región patagónica durante los veranos recientes, dejando viviendas destruidas y hectáreas arrasadas.
El recuerdo más doloroso persiste en el 9 de marzo de 2021, cuando el fuego consumió el paraje Las Golondrinas, Lago Puelo y El Hoyo.
Ese incendio dejó más de 350 familias sin hogar y cobró la vida de tres pobladores. A esa tragedia se suman los incendios en el Parque Nacional Los Alerces en febrero de 2024, que afectaron más de mil hectáreas de bosque nativo, profundizando una crisis ecológica y social que parece no tener fin.
Los incendios forestales ocurridos en la Comarca Andina son un calco unos de otros, con finales igualmente desoladores. Ante la catástrofe la sociedad clama convulsionada rezando por apoyo estatal. Por más herramientas, más combatientes –que en su mayoría tienen contratos basura– y piden con urgencia aviones hidrantes. Pero cuando el fuego es sofocado todo está en cenizas y se enciende el discurso oficial, apareciendo con el mismo libreto: “El gobierno entregó aportes millonarios y equipamiento destinado a los bomberos voluntarios y brigadas provinciales”, una inversión que siempre llega tarde.
Estas catástrofes evidencian la fragilidad de nuestros ecosistemas y la impericia de los gobiernos –incluyendo a los parlamentos– que han sido incapaces de generar respuestas ante una necesidad creciente de reforzar leyes, estructuras y medidas preventivas. En lugar de acción concreta, lo que prevalece son frases vacías como: “Estamos investigando la intencionalidad del fuego” y “Que la justicia les caiga con todo el peso de la ley”. Pero, ¿qué justicia? ¿La de fiscales que no investigan? ¿Qué peso de la ley, si estas no contemplan las tragedias que significan los incendios forestales?
Las palabras se repiten una y otra vez: “Garantizar una mayor eficacia en el combate contra incendios”, mientras las dificultades logísticas y presupuestarias continúan siendo “un desafío”. Pero esas dificultades no parecen obstáculos para quienes, amparados en el caos, ven oportunidades: los incendios intencionales, según el saber popular, suelen ser negocios políticos e inmobiliarios. Basta con trazar un mapa de la cordillera andina del último medio siglo: donde antes hubo bosque y se quemó, hoy florece el progreso urbanístico.
Mientras tanto, centenares de damnificados por el fuego reciben ayuda insuficiente y tardía, cuando la reciben. Los ecosistemas se degradan, las comunidades pierden su identidad y los discursos oficiales se mantienen vacíos, ajenos al dolor de quienes han perdido todo. La tragedia de Epuyén es una más en esta larga cadena de desastres anunciados. Y, como siempre, las palabras no bastan para apagar las llamas ni para devolver la esperanza.