UNDÉCIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO |
Evangelio según San Marcos 4,26-34
Y decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
Palabra del Señor
(*) REFLEXIÓN
Domingo XI del Tiempo Ordinario.13 junio 2021. Mc 4, 26-34. La semilla esconde la fuerza para crecer. “Jesús les dijo: El reino de Dios es como un hombre que sembró un campo, de noche se acuesta, de día se levanta y la semilla germina y crece, sin que el sepa como”…¿con que compararemos el reino de Dios? con una semilla de mostaza, cuando se siembra en tierra es la más pequeña, después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grades que las aves pueden anidar a su sombra” El centro de la predicación de Jesús es el reino de Dios. Acontece en el reino de Dios como cuando un hombre siembra y como un grano de mostaza pequeño, que fecunda y crece. Las parábolas de Jesús no necesitan explicación. Las parábolas me van diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino y en la comprensión de la vida. El reino no es ninguna realidad distinta de Dios. Él está como semilla sembrada en cada uno de nosotros, no es nada que podamos ver o tocar, es la fuerza de Dios que se despliega en nosotros. No somos nosotros los que desarrollamos el reino. Es el reino, esa fuerza vital que viene de Dios quien se desarrolla en nosotros. Estamos entre el trabajo y la espera paciente del sembrador y, el crecimiento irresistible de la semilla. Se requiere certeza y confianza, para ver lo divino que se despliega desde el fondo de cada ser. Así la historia de mi vida se convierte en una historia de Dios. Estamos invitados a descubrir nuestra sacralidad al sondear las realidades de muestra vida, como el misterio del brote y de las cosas que nacen, porque Dios está obrando. No dependen de nosotros, no hay que forzarlas. Dios es el sembrador que nunca se cansa de nosotros. Toda nuestra confianza está en esto: Dios está obrando en el corazón de la historia y en mí, no solo en la Iglesia, en silencio y con pequeñas cosas. Ese reino crece por la misteriosa fuerza secreta de las cosas buenas, por la energía propia de la belleza, la ternura, la verdad, la bondad. Jesús sabe que ha implantado en el mundo una semilla de bondad divina a la espera de frutos y cosecha. El reino de Dios está dentro de nosotros pero puede ser que no lo hayamos descubierto, que aún permanezcamos en la ignorancia o desconocimiento de aquello que realmente somos y que ahí está el secreto, la fuente que nos permitirá superar tanto sufrimiento, injusticia y ferocidad en la convivencia social y con la tierra. Hay mucho para trabajar liberando esclavitudes, sin olvidarnos que la liberación radical es aquella que nos saca de la ignorancia acerca de lo que realmente somos. Confiamos en la potencia vital de la semilla que nos habita. Por eso, siguiendo a Jesús, opto por ser cultivador de esta nueva esperanza, mientras otros siembran muerte y exclusión, nosotros sembramos buen grano, pacientes e inteligentes, fecundando el campo de Dios, continuamos acogiendo y guardando las semillas del Evangelio con su fuerza vital, a pesar de la furia de tantos Herodes dentro y fuera de nosotros. Hay variadísimos contrastes de crecimiento en la historia y en la vida. Dios como contraste vital, a pesar de nuestras resistencias e desganos, en el mundo y en el corazón, la semilla de Dios brota y sube hacia la luz. Mi opción es estar en la dinámica que se instala en el centro de la vida cultivando la vitalidad del grano y se juega en la paz y el bien sin dejar a nadie afuera. Es el paradigma de la fecundidad para alcanzar la plenitud, liberándonos de la pesada lógica de la eficacia y abriendo en nuestra vida espacios para lo gratuito y el encuentro, lugar donde se fecunda entre todos, en la fuerza del nosotros, la semilla del Reino. El sueño del Evangelio es la fecundidad, para llegar a la alegría de la cosecha y el pan en la mesa para todos. Anunciar el Evangelio es proclamar esa posibilidad.
(*) Jorge Peixoto – OFM
Parroquia Ntra. Sra. de Luján
El Bolsón – Río Negro
LA IGLESIA RECUERDA A SAN ANTONIO DE PADUA, PRESBÍTERO Y DOCTOR
El 13 de junio la Iglesia celebra la fiesta de uno de los santos más conocidos y venerados en el mundo, San Antonio de Padua, a quien la tradición ha colocado como intercesor de quienes han extraviado algún objeto, de aquellos que buscan pareja y, más recientemente, de quienes padecen la enfermedad celíaca.
San Antonio de Padua, también conocido como San Antonio de Lisboa -por el lugar donde nació- perteneció a una familia de origen noble. Su nombre secular fue Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, nacido en Portugal en 1195. Desde niño se consagró a la Santísima Virgen. En su juventud temprana pasó por una etapa rodeado de sensualidades y frivolidades, pero que supo bien rechazar, ayudado por la gracia de Dios y una amistad con Él, labrada en la oración y en el trato frecuente con el Santísimo Sacramento. Antonio aprendió muy bien que solo Dios es quien fortalece.
Fue admitido en la Orden Franciscana a inicios de 1221; participó en Asís, Italia, del capítulo general de la orden de ese año y más adelante fue enviado a predicar en diversas ciudades. Era tal su habilidad para la predicación que el Papa Gregorio IX lo llamó “Arca del Testamento”. Su elocuencia y trato simpático caló en el corazón de la gente, que buscaba estar cerca de él y que en más de una oportunidad le arrancó pedazos de su hábito. Por esa razón se le asignó un grupo de hermanos para protegerlo. En ocasiones, San Antonio predicaba en plazas y mercados. Sus sermones transformaron muchos corazones, y los conversos solían caer de rodillas a sus pies, agradecidos de reencontrarse con el amor y el perdón de Dios.
Fray Antonio se trasladó a Padua, donde ya había trabajado anteriormente. Allí denunció y combatió el vicio de la usura y la frivolidad. También dio allí muestra de lucidez y sabiduría. Y es que Antonio fue un hombre de estudio y de gran capacidad intelectual. A pesar de su juventud, exhibía una madurez poco común en la fe. En síntesis, fue hombre de oración y acción, y por su intercesión se obraron muchos milagros, la mayoría de los cuales han marcado para siempre a los fieles. Uno de ellos es este: un hombre retó a Fray Antonio a probar que Jesús estaba en la Eucaristía. Para ello, con ánimo de mofa, dejó sin comer tres días a su mula. Luego la llevó frente al templo y le mostró pasto fresco para comer, esperando que la mula le haga un “desaire” a Dios y se precipite sobre el alimento. Para su desconcierto y el de los que estaban presentes, la mula no comió; por el contrario, se hincó sobre sus patas delanteras, como si se pusiese de rodillas. San Antonio estaba frente al pobre animal con el Santísimo elevado en las manos. Aquella mula había sido capaz de reconocer perfectamente al que tenía enfrente: Dios.
En otra ocasión, mientras oraba, se le apareció el niño Jesús y Antonio lo sostuvo en brazos, milagro que nos recuerda la ternura de Dios.
Exhausto y enfermo, hacia el final de sus días, el Santo se retiró a los bosques de las afueras para reponerse y orar. Viendo que su vida llegaba a su fin, pidió regresar a Padua, pero solo llegó hasta los límites de la ciudad.
El 13 de junio de 1231, Antonio recibió los últimos sacramentos, entonó un canto a la Virgen con dificultad y antes de partir a la Casa del Padre, dijo sonriente: «Veo venir a Nuestro Señor». Murió con solo 35 años. Fue canonizado por el Papa Gregorio IX antes de que transcurra siquiera un año de su muerte, y declarado Doctor de la Iglesia en el siglo XX por el Papa Pío XII.
Los objetos perdidos
Que San Antonio de Padua sea intercesor eficaz en esos momentos en los que alguien ha extraviado algo se habría originado en un problema que tuvo con un novicio.
Cierto día un novicio huyó del convento con el salterio que usaba el Santo. Antonio oró para recuperar el libro. El ladrón tuvo ese día una visión terrible sobre su destino, que lo obligó a regresar y devolver lo robado.
Muchos fieles acuden a San Antonio para que interceda para encontrar un buen esposo o una buena esposa. También es patrono de las mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros.