Sentir a Cristo vivo en el corazón, fortalece la esperanza y el compromiso en la construcción de la cultura de la vida

Este domingo en  Bariloche se realiza la tradicional caminata, acompañada por el lema “María nos abraza y camina con nosotros”. A diferencia de años anteriores la fiesta de la Virgen se llevará a cabo en una única jornada, con la despedida del Obispo Juan José Chaparro.

Nuestro Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos

TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
6 de Noviembre de 2022

Evangelio según San Lucas 20,27-38

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”.
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”.

+Palabra del Señor

 

Reflexión (*)

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. 6 noviembre 2022. Lc 20, 27-38. El Evangelio de hoy nos presenta la respuesta a la pregunta que nos hacemos todos: ¿dónde iremos a terminar cuando se acabe esta vida? ¿Qué sentido tiene todo esto que vivimos? Jesús se enfrenta con la secta de los aduceos en el Templo formada por la aristocracia sacerdotal y gente de la alta sociedad judía, grupo que negaba la vida después de la muerte, negaban la resurrección. Buscaban la bendición de Dios para las cosas de este mundo, no estaban interesados más de tanto. De hecho se acercan a Jesús creyendo tener un argumento válido para probarlo. Ellos creían que la única eternidad es la sucesión genética y la economía familiar, hay que garantizar la continuidad histórica, de alguna manera la inmortalidad de la familia, del nombre. Es por eso que intentan enredar a Jesús con una casuística, una historia de una viuda sin hijos, basada en el precepto de la Ley del Levirato que buscaba perpetuar el nombre del difunto para no dividir la herencia (Dt 25,5-10). “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál será la mujer?” Jesús les hace ver que tenían una idea equivocada de la resurrección, porque no se trata del retorno a la vida de antes tal cual la vivimos, sino la entrada definitiva en un estado de vida absolutamente pleno donde no habrá nada que satisfacer. Lo sabemos: no es fácil creer en la vida eterna. Y recordamos que no es una invitación a descuidar los temas de esta vida. La vida ‘tras la muerte’ no será el calco de ésta. La vida eterna no es la prolongación de la vida presente. Quizá porque lo imaginamos como una duración indefinida, más que como intensidad y profundidad, como un descubrimiento infinito de lo que significa amar con el mismo corazón de Dios. Los que murieron no resucitan a la vida biológica sino a la vida de Dios, está plenamente en esa dimensión de amor. La resurrección no es la continuación de las relaciones terrenas, sino una nueva dimensión, una plenitud que ha comenzado y nunca terminado, que no mata los afectos. La vida eterna es la vida del Amor Eterno. “Yo soy la resurrección y la vida”. La resurrección empieza en esta vida, resurrección de vivos más que de muertos. Son los vivos lo que tienen que despertar y levantarse y acoger la eternidad que ya está en nosotros germinando en el amor, en los muchos y diversos amores de la vida, porque lo que queda cuando nada queda, es el amor. Cuando lleguemos a esa Plenitud de la belleza de Dios, comprenderemos de haberlo conocido porque ya hacia parte de nuestras experiencias de amor terreno, siempre frágil e incompleto, pero su Presencia está ahí, creándolo, sosteniéndolo, motivándolo desde la Eternidad. Todo lo que vivimos como autentico amor, es más suyo que nuestro. Ese Dios de vivos y muertos vive si nosotros, vivimos con El. La vida que Dios nos ha donado es indestructible. San Pablo en la 1 Corintio 2,9 hablando de la sabiduría de Dios nos da una respuesta: “Pero como está escrito: Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana conoció, lo que Dios preparó para quienes lo aman”. No estamos en grado de comprender lo que nos espera. Seguramente no es una vida mejorada, sino completamente diversa. “Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Dios no es el Dios de Jerusalén, sino el que ha entablado una relación de amor, que no dejará de amarnos nunca. La muerte no puede destruir ese amor. El enamorado no puede vivir sin su amor. Dios no puede dejar que su enamorado caiga en la nada. Dios es el que resucita a los vivos. Resucitar es acoger esa vida que Dios nos da. No es la vida que vence la muerte, sino la vida del amor que no muere. Que nuestra fe en el amor de Dios que nos llamó a la Vida soporte nuestras dudas.

(*) Jorge Peixoto – OFM
Parroquia Ntra. Señora de Luján – #ElBolsón

Acerca de Angel Daniel Morales

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Angel Daniel Morales Periodista Independiente DIRECTOR EDITORIAL Diario Digital de El Bolsón – Río Negro – Patagonia Argentina | En tiempos de engaño universal la verdad es revolucionaria

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