“No proyectar nuestras miserias y debilidades sobre los demás, y menos sobre los más vulnerables. Es injusto y perverso».

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
3 de marzo de 2022
Evangelio según San Juan 8,1-11
Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?».
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra».
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?».
Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».
Palabra del Señor
Reflexión (*)
Un evangelio como éste perturba toda la vida de muchos llamados creyentes. “Le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo”. El error de aquellos fariseos con piedras en las manos no estuvo en indicar que el adulterio de la mujer estaba mal, sino en porqué lo indicaban. Le quieren matar, para quedar ellos tranquilos sacando a la mujer del medio. El Señor no cae ni en la aplicación dura de la ley, ni acepta el adulterio. Jesús les dirá a los fariseos que pretenden lavar su culpabilidad con quienes deshonran la inocencia: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Frente a tal engaño oculto en el cumplimiento de la ley, frente a la incapacidad narcisista de comprender al otro, creyéndose mejor que los demás, encubriendo su propia sombra, el sabio Jesús apunta en la indicación más apropiada y eficaz, no tolera a los hipócritas, los de las máscaras, los de doble corazón, los actores de la fe que terminan siendo acusadores y jueces. Todos se van, uno por uno. Las piedras quedan en el suelo. Todos se van, reconocen su pecado, reniegan de su autoridad. Los que juzgan se están juzgando a sí mismos. Se van, abandonan la comunidad que quiere crear Jesús, no quieren aprender, no quieren cambiar… dejaron las piedras fariseas pero no se convirtieron a la misericordia que trae Jesús. Deciden matarlo a Jesús y no a la adultera. Y a la mujer le dirá: no juegues con tu fidelidad ni con la ajena, porque eso es hacerle trampas a tu felicidad y la de los otros, “anda, y en adelante no peques más”. Esa mujer cometió un error, pero su muerte sería mucho más grave que el pecado que quieren castigar. Su “adulterio” no es un pecado personal privado, sino un pecado público de toda la sociedad. Su pecado no es sólo suyo, sino de todos los hombres que le acusan y que ahora quieren matarla. Por eso la última palabra no es la de los fariseos hipócritas, ni la de la mujer equivocada, sino la de Jesús, rostro humano de la misericordia del Padre: la salvación es desandar caminos equivocados y tomar otra dirección. El veredicto de Dios no es la condenación, sino la salvación. “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno” Unas pocas palabras para reiniciar la vida. El perdón de Dios es un acto creativo: abre caminos, te vuelve a poner de pie y en el buen camino, te hace dar un paso adelante, te abre el futuro. Te hace soñar con otro mañana. Tu eres capaz de amar, puedes amar bien y mucho. Y a partir de Jesús y su perdón lo que hay detrás ya no importa. El posible bien de mañana cuenta más que el mal de ayer. No eres la adúltera de ayer, sino la mujer que aún es capaz de amar, Jesús desmantela la culpa con la que muchas veces nos arrastramos a nosotros mismos y a los demás. Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que está por nacer, lo nuevo. El pecador no es condenado sino más amado que nunca. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y tuvimos que irnos, dejando en la tierra la piedra que estamos dispuestos a tirar. Deja la piedra en el suelo, camina al aire libre de la vida, ama, perdona y empieza a ser cristiano, sigue a Jesús. En la plaza quedaron los signos de la miseria humana y la misericordia de Dios. Este Evangelio está lleno de esperanza, pues habla de la verdad universal del ser humano, diciéndonos que el día en que todos nos consideremos pecadores podremos dialogar de forma abierta, perdonándonos mutuamente, desde la gracia más alta de Dios Padre. Todos los jueces se van. Con la mujer queda Jesús, una historia que quiere empezar otra vida. La ley señala al pecador, Jesús crea una nueva posibilidad: una vida reconciliada y gratuita, donde todos, jueces y juzgados, se vinculan en un mismo perdón. La pecadora se quedó con Jesús, los fariseos simplemente se fueron, pero ¿dónde están? dejaron sus piedras en el suelo. ¿Podrán volver a tomar las piedras o empezar una vida nueva con Jesús? Solo los perdonados y amados pueden difundir el perdón y el amor a su alrededor. La misericordia es un valor esencialmente cristiano. No condenemos a nadie.
(*) Jorge Peixoto – OFM
Parroquia Ntra. Señora de Luján – #ElBolsón