«En la cruz Jesús nos enseña a amar y perdonar a los enemigos»

DOMINGO DE RAMOS. (PARTE I)
10 de abril de 2022
Evangelio según San Lucas 22,14-71.23,1-56.
Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos.
Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos.
Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: «Este también estaba con él».
Pedro lo negó, diciendo: «Mujer, no lo conozco».
Poco después, otro lo vio y dijo: «Tú también eres uno de aquellos». Pero Pedro respondió: «No, hombre, no lo soy».
Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: «No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo».
«Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices». En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces».
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;
y tapándole el rostro, le decían: «Profetiza, ¿quién te golpeó?».
Y proferían contra él toda clase de insultos.
Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal
y le dijeron: «Dinos si eres el Mesías». El les dijo: «Si yo les respondo, ustedes no me creerán,
y si los interrogo, no me responderán.
Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso».
Todos preguntaron: «¿Entonces eres el Hijo de Dios?». Jesús respondió: «Tienen razón, yo lo soy».
Ellos dijeron: «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca».
Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías».
Pilato lo interrogó, diciendo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». «Tú lo dices», le respondió Jesús.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena».
Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí».
Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo.
Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia.
Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato.
Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo,
y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan;
ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.
Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!».
A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento.
Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo.
Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.
Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!
Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos!
Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?».
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!».
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!».
Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».
El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.
El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: «Realmente este hombre era un justo».
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
Palabra del Señor
Reflexión (*)
La gente aplaude, agita las ramas arrancadas de palmeras y olivos, extiende sus mantos al pasar Jesús, el Mesías. No llega como quisiéramos, como nos gustaría que llegara, y nosotros como aquella gente nos pasa también que llegamos frágiles en el reconocimiento de lo que está por suceder. Nuestro juicio es demasiado inestable, la fe demasiado superficial, la decisión de seguirlo es limitada. El pueblo eleva su grito de alabanza, desnudando sus contradicciones. Ahora Jesús escucha la alabanza que se le dirige y que se dirige al Padre. ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor. Mesías impotente y manso, enérgico y tierno, fatigado y decidido. No llega triunfante y guerrero con una milicia o de la mano de los mercaderes de los grandes negocios, ni habiendo pactado con los sacerdotes y fariseos del templo. No es un político que se aproveche del desencanto de las gentes ni del fracaso de los otros políticos para llegar al poder. La lectura del profeta Isaías (50,4-11) nos había puesto en preaviso: ‘Es el discípulo fiel al Señor, contemplativo de la Palabra, su misión es enseñar a todos los que temen al Señor y a todos lo que anden desorientados y sin luz, consolar a su pueblo pobre. Tendrá que enfrentar la hostilidad y la agresión física, todo lo soporta porque espera el triunfo definitivo que el mismo Dios le concederá’. Es el hombre desnudo que nos deja a nosotros desnudos en nuestra propia verdad. Lo importante de Jesús en su pasión, fue su fidelidad inquebrantable de vivir hasta sus últimas consecuencias lo que predicó, esperando que sus discípulos descubran la voluntad de Dios de ‘amar muriendo de amor’ para que todos tengamos vida nueva. Jesús elige conscientemente, dramáticamente y dolorosamente ir hasta el final. Aceptará la condena a muerte de la gente religiosa de su pueblo, que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios definida de manera absoluta y exclusiva en la Ley de Moisés, ya que para ellos defender la Ley y el Templo era defender al mismo Dios. A la vez que denunció el sistema cultual judío, ese modo de relación con Dios que estaba establecido en el templo. Y por otro lado ve el silencio cómplice de los romanos que temían perder el control y la paz social poniendo en riesgo su dominación sobre Jerusalén. Pilatos se lava las manos, nunca llega a decir que Jesús es culpable, no se quiere decidir sobre la inocencia del condenado. Jesús no fue a buscar la cruz por la cruz. ¿Qué nos dice la cruz de Jesús? No hubo extraños designios de ningún dios ofendido. Hubo traición, miedo, injusticia del poder de turno y fidelidad coherente de un hombre íntegro. Asumió la cruz en señal de fidelidad a Dios y a los hombres. Y por esa fidelidad a su verdadero ser y al amor de Dios que nunca traiciona, nos ha marcado a nosotros el camino de la salvación. Destruye en la cruz el ‘sálvate a ti mismo’ y pide el perdón para su enemigo. En la cruz Jesús nos enseña a amar y perdonar. Este es el camino de salvación que quiero seguir. En el momento más cruel de su pasión, Jesús vive el mandamiento más difícil de la donación de perdón. ¿Seguir a Jesús o seguir al ‘yo tengo razón’ y al derecho del rencor? Seguirlo porque aceptamos en el crucificado que hay otro modo de ser hombre que no deja de lado a Dios. Nuestra fe descansa en lo más hermoso del mundo: un acto de amor. El amor de Jesús, hasta el extremo. La justicia de Dios no es dar a cada uno lo suyo, sino dar su amor a cada uno dándose si mismo. Quiero celebrar la Pascua para confirmar que un amor como este nunca será falso ni ambiguo. Él nos precede en su Pascua. Quien ama y sirve como Jesús, no crea cruces para los demás con su egoísmo, salva de la cruz a sus hermanos, pues así se anuncia cual es el lugar donde se muestra lo que puede el amor que quiere Dios. La vida no sirve, si no sirve a los demás. Porque la vida se mide en el amor que me hace humilde liberando a los demás. Quien entra en este misterio de amor será arrastrado hacia arriba, hacia lo alto, dejará su tumba para la Resurrección.
(*) Jorge Peixoto – OFM
Parroquia Ntra. Señora de Luján – #ElBolsón